Ahora que han pasado 25 años desde la Expo’92, la exposición que conmemoraba el 500º aniversario del descubrimiento y colonización de América, es el momento ideal para hablar de esta delicia conocida como el chorizo criollo.
Tras la colonización de América, para designar a los hijos de colonos nacidos allí se empezó a usar el término criollo, proveniente del portugués *crioulo* (criar).
Gracias a estos colonos y sus hijos, se introdujeron en el nuevo continente y de forma vertiginosa costumbres y productos de la gastronomía europea, sobre todo de los dos países dominantes, Portugal y España.
Entre esos productos —la vaca, el cerdo, el pollo, el arroz, las naranjas y los limones, el trigo, las manzanas, las uvas y la miel— estaba el chorizo español, que poco a poco y con el pasar del tiempo, se fue elaborando de diferente manera a la receta tradicional, para acabar siendo creado un chorizo autóctono con bastantes diferencias al original español.
Al contrario que el exportado desde España, este chorizo no solía estar curado, por lo que se sirve asándose en la parrilla, por lo que también se le conoce como chorizo parrillero (ay, ese vídeo de Georgie Dann). A este nuevo producto, tan típico en la gastronomía de países como Argentina, Uruguay o Paraguay, se le otorgó el nombre de chorizo criollo.
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